Delincuencia juvenil, el eslabón fatal entre el niño excluido y el criminal violento

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La escolaridad completa lograda por los niños y las niñas se debilita al llegar a la pubertad, cuando se consolida la estratificación de la población en función de sus logros educativos: por un lado, los que se mantienen dentro del sistema educativo y tendrán oportunidades laborales y prosperidad; por otro, quienes vean cerradas esas oportunidades, pues han sido excluidos de la educación. Así, la brecha educativa tiende a reforzar las brechas sociales; fortaleciendo de esta manera las desigualdades que incrementan las tensiones sociales, la violencia y los riesgos de desintegración (Unicef, 2013). Esa brecha pone a muchos jóvenes en situación de riesgo.

Pero, ¿Qué significa exactamente riesgo y cuando una persona está en esa situación? La Ley No. 147-02, sobre Gestión de Riesgos en República Dominicana, dice que riesgo es la probabilidad de que se presenten unas desfavorables consecuencias económicas, sociales o ambientales en un sitio particular y durante un tiempo de exposición determinado. Se obtiene de relacionar la amenaza con la vulnerabilidad de los elementos expuestos. Hay que agregar, que los estudios que se han realizado sobre delincuencia juvenil y conducta antisocial, plantean el carácter multicausal del fenómeno y señalan numerosos factores de riesgo que lo precipitan, tanto individuales, sociales, psicológicos y familiares (Garrido y Redondo, 1997).

Una vez establecida la deserción escolar como la primera causa de la delincuencia juvenil en República Dominicana ¿cuáles serían los factores de riesgo? Ya sabemos que hay muchos, tantos como para romper el equilibrio entre amenaza (achacable al medio) y vulnerabilidad (achacable al individuo). No obstante la cantidad, nos concentraremos en cinco de esos factores, que a nuestro juicio, son los que más inciden localmente en la problemática: 1) Machismo y violencia intrafamiliar; 2) Consumo de drogas -legales e ilegales-; 3) Disponibilidad de armas de fuego; 4) Paternidad irresponsable y embarazos en adolescentes; 5) Anomia y sentido generalizado de la impunidad.

Como es bien sabido, riesgo y prevención son inversamente proporcionales, dicho de otro modo, a mayor prevención menor riesgo y por lo tanto menos actos delictivos. Entonces, ¿Cómo prevenir? ¿Dónde prevenir? ¿Cómo aterrizar esa fórmula que parece tan simple? Precisamente, prevención se define como “acción de prevenir” y para prevenir hay que prever, ver antes, ver los factores y tomar “acción”, “neutralizar” esos factores. En esa neutralización de los factores de riesgo intervienen lo que se conoce como factores de protección: familia, organizaciones sociales y gobiernos.

Por otro lado, hay una clásica confusión que se da entre la población, incluso entre algunos estudiosos del problema de la criminalidad: se confunde prevención con disuasión, y esta última no es más que “convencer” para un cambio de conducta. O sea, si incrementamos el patrullaje policial no estamos previniendo, estamos disuadiendo. El patrullaje, que es necesario y tiene sus beneficios, consiste en una “presión” espacial y temporal que alejará o disuadirá al delincuente, pero una vez cesa la operación de patrullaje este volverá a sus actividades. De modo que, prevenir la delincuencia consiste en evitar, mediante factores de protección, que los factores de riesgo incidan sobre los jóvenes para que se conviertan en delincuentes.

Lo descrito anteriormente no es una utopía al estilo Moro, ni un poema de Neruda. Esas iniciativas existen en muchos países y funcionan a la perfección. Como ejemplo quiero citar una experiencia personal. El primer día de una capacitación sobre Seguridad Ciudadana en el Instituto Internacional para el Liderazgo de Israel, nos llevaron a ver una escuela primaria, nos dijeron que ahí comienza la seguridad y que casi por ninguna razón se pierde una hora de clases. Aun estando el país bajo ataque por misiles, bajan los niños al bunker y continúan la docencia. Para ellos, la “atención primaria” es fundamental para tener un país seguro. Esa atención (educación) se divide en dos tipos.

La educación formal, tal cual la conocemos aquí, excepto porque es bilingüe, es la conformada por un currículo de asignaturas, que a decir de ellos “educa para el trabajo”. La otra, educación no formal, está compuesta por más de cuarenta programas y casi quinientas actividades alternativas, que incluyen: estudios religiosos, liderazgo juvenil, voluntariado, deportes, artes, etc. Esta última “educa para la vida” y los principales responsables de ella son los padres, con el apoyo de una red de centros municipales de orientación juvenil, los cuales operan en una proporción sorprendente. Por ejemplo, la ciudad de Ranana con 75 mil habitantes, tiene 14 centros.

No debemos olvidar que el pueblo de Israel, obligado por su realidad histórica y geopolítica, tiene una maravillosa herramienta que complementa la formación de los jóvenes: el servicio militar obligatorio. La mayoría de los ciudadanos mayores de 18 años, tanto hombres como mujeres, son llamados al servicio, aunque puede haber excepciones por motivos religiosos, físicos o psicológicos. Los hombres realizan un servicio de 32 meses y las mujeres de 24, ambos con la posibilidad de ser contratados, si es que el ejército los requiere, por unos años o de por vida. Si no son contratados reciben una asesoría vocacional sobre educación superior y un bono de unos 5 mil dólares para sus estudios posteriores.

En conclusión, la solución es educar para la paz, perseguir real y efectivamente las drogas ilegales, desarmar la población civil, sancionar la paternidad irresponsable, prevenir las niñas de embarazarse y de una vez por todas, cumplir y hacer cumplir la ley. Sin embargo, cuando la prevención no funcione, el Sistema de Justicia Penal (jueces-fiscales-policía) tiene que hacer su parte, produciendo sentencias de descargo o de condena que deben acatarse y cumplirse rigurosamente. Puntualizando que, en el caso de una condena, “la cárcel no debe ser para castigar, si no para re personalizar y re socializar” (Beristain, 2008).

De no avocarnos a un sistema integral preventivo, nunca podremos reducir las muertes violentas, los miles de reclusos, los huérfanos, los delitos y los inmensos costos directos, indirectos y multiplicadores de la criminalidad. También es extremadamente necesario “rescatar” a los más de ochocientos mil “ni-ni”, sin olvidar que de los jóvenes que trabajan, el 55% lo hace de manera informal, lo que podría ser mejorado si en el seno familiar se fomenta la educación técnico-profesional, por supuesto, con apoyo del Estado.

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